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Cristo con la Cruz , por el Bosco


Poema de José Emilio Pacheco.



Con los ojos

cerrados y serenos,

la barba

de tres días

y sobre todo

la corona de espinas

Cristo soporta el peso

de su martirio.

Y dice a las mujeres

que lloran:

Llorad por vosotras mismas

y vuestros hijos.


No hay más sangre

que una herida en el cuello,

fruto del roce

con la cruz pesadísima

que un soldado encaja

en los hombros del Galileo.

Van al Lugar de la Calavera.

En hebreo se llama Gólgota.


Cristo es el centro del cuadro,

quizá no su motivo más importante.

Porque tal vez El Bosco no se propuso

(¿cómo saber sus intenciones?)

pintar otro retablo de la Pasión

sino darnos la imagen

del Mal según aflora en el rostro humano.


El tema del rostro

es el eje de este siniestro cuadro hermosísimo.

Verónica retira el paño corriente

en que sudor y sangre imprimieron

para siempre el Divino Rostro.


Pero devora la obra

la multitud de caras terribles.

Barrabás forma la O de un aullido.

Un vómito de furia se derrama

por la boca de un monstruo ya desdentado.

La ira calcina a otro bufón malévolo

y sus labios dibujan estas palabras:

«Si eres el Rey

de los Judíos, ¿será posible

que no te salves a ti mismo?

¿A quién pretendes salvar

si no te libras del tormento y la injuria?»


De improviso rompe las épocas

la presencia de un dominico.

Aliado

a un dignatario adusto,

cara de pato,

amonesta al Ladrón ya muerto.


(Nadie como Hyeronimus van Aeken llamado Bosch

logró pintar ese color plomizo

que a cierta altura de la corrupción

se apodera de los cadáveres.)


Y a la orilla del cuadro los que dan voces:

Crucifícalo, crucifícalo.


(No son

los habitantes de Judea.

El Bosco retrata

la danza de la muerte de la Edad Media

y los demonios más que humanos de Flandes.)


El goce brutal

de quienes piden más y más sangre.

El canalla estremecido de dicha

ante el presente y el futuro martirio.


Y los dos que se asombran.

Nunca sabremos

de qué se asombran.

Pero sabemos en cambio

que sin saber de nosotros

el implacable Bosco nos pintó en este cuadro.


Sólo tenemos que reconocernos.

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