Publicado en EL CORREO. 11.Febrero. 2022, por Javier Otaola
Cuando se acercaba el 11 de febrero, todos los años, un grupo de amigos de la agrupación Ágora del Ateneo de Madrid me invitaban a participar en una ofrenda floral ante la tumba de los presidentes de la I República enterrados en el cementerio civil de Madrid -Figueras, Pi i Margall y Salmerón-, pero siempre he declinado la invitación porque lo solían hacer -traicionando el espíritu de la I República- con gallardetes tricolores que corresponden a la II República, cuando quizá el único mérito de aquella primera república proclamada el 11 de febrero de 1873 fue precisamente no introducir artificial e innecesariamente un elemento divisivo con motivo de la enseña nacional. Este año, por primera vez, mis amigos han corregido ese error y han identificado el acto exclusivamente con el escudo de la República. Este año iré.
Nuestra bandera bicolor se ganó su valor nacional ya en 1812, aunque su origen se remonta al reinado de Carlos III, siendo enseña oficial de la Real Armada desde 1785. La Constitución de Cádiz, de 1812, 'La Pepa', nuestra primera Constitución revolucionaria y liberal, la hizo suya; todos los liberales la enarbolaron contra el absolutismo y contra la invasión napoleónica, siendo, con la monarquía constitucional de 1978, el mejor símbolo de España y nuestra seña de identidad ante Europa y el mundo.
La I República de 1873 tuvo el mérito de haber mantenido la tradición liberal de la bandera bicolor modificando simplemente el escudo. Al hacerlo así demostraba que consideraba los vínculos societarios y la autoconciencia nacional por encima de la forma del Estado. Este ha sido, por otra parte, el comportamiento normal de los países de la Unión Europea (Italia, Rumanía, Polonia, Portugal, Francia…), que no han cometido el error de asimilar los vínculos nacionales conformados por el plebiscito cotidiano de la Historia a las variables formas políticas que los Estados han adoptado a lo largo del tiempo.
Francia, la nación política por antonomasia, en la que se inspiraron los prohombres de la II República española, es un ejemplo paradigmático: ha mantenido desde la Revolución de 1789 su bandera nacional invariable, salvo durante la primera restauración borbónica, sin perjuicio de haber sufrido desde entonces múltiples y radicalmente opuestas formas de Estado: restauraciones monárquicas e imperiales.
El grupo Ágora del Ateneo de Madrid recuerda el 11 de febrero a los presidentes de la I República
La Revolución Francesa de 1789, tras la breve y sangrienta I República jacobina, desembocó en el Consulado (dictadura) del general Bonaparte y dio lugar al primer Imperio Napoleónico, con sus diez años de guerras imperiales, con la misma bandera. No volvió a hablarse de una república en Francia hasta el 25 de febrero de 1848, con la fugaz experiencia de la II República (1848-1851) de la que fue presidente Luis Napoleón Bonaparte, quien en 1851 dio -como su tío, tics familiares- un golpe de Estado, sin cambiar la bandera, que fue asumido sin gran problema por la sociedad francesa, para crear el II Imperio, que duraría hasta la derrota de 1870 y daría paso a la III República. Otra derrota militar, en la primera parte de la II Guerra Mundial, dio paso, con la misma bandera, a una forma de Estado -denominado 'État français'- del mariscal Pétain, creado por la ley constitucional de 10 de julio de 1940.
Tras la victoria aliada contra el Eje, llegó la IV República, con la misma bandera -entre 1946 y 1958-; en una Francia enferma de partidismo, fue sustituida por una V República, presidencialista y con mecanismos electorales de doble vuelta diseñados por el general De Gaulle para garantizar grandes mayorías y para superar la inestabilidad crónica de la política gala. V República, con la misma bandera que naturalmente asociamos con nuestra vecina Francia.
El mismo principio de prevalencia de la enseña nacional, más allá de las formas de Estado, ha regido en Portugal, Italia, Rusia, Grecia... Solo los regímenes hiperideologizados, como el nacional-socialismo o el comunismo soviético, han cambiado la enseña nacional de sus países, porque es consustancial a esas ideologías la preferencia por la lealtad ideológica y partidista por encima de los lazos societarios de sus respectivas comunidades nacionales.
Desconfío del sentimentalismo político, siempre sospechoso de manipulación, pero paradójicamente soy de la opinión de que solo lo afectivo es efectivo. Los símbolos juegan su papel en la gestión de los afectos colectivos y, por lo tanto, también en la conformación de proyectos políticos. Creo que hemos superado los pesares, decepciones y dificultades -que nunca faltan ni en la vida ni en la política- y hemos vivido cuatro décadas de europeización, progreso social y libertades bajo los auspicios de la bandera bicolor de nuestra Constitución de 1978.
Tenemos motivos para felicitarnos por ello.
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