Pertenezco a esa generación de españoles que hemos tenido en Fernando Savater un maestro y un verdadero iniciador en el arte de la vida, a partir de la lectura intensiva de sus obras, entre otras La infancia recuperada (1976), Ética para Amador (1991) o El contenido de la felicidad (1986).
Savater empezó a ser una referencia para mi en 1976 con La infancia recuperada, donde no solamente hace chispeante crítica literaria, sino que en realidad apunta las líneas de su personal filosofía, proponiéndonos modelos éticos a través de los personajes de Julio Verne, Sherlock Holmes, y muy en especial a través del gozoso descubrimiento de Guillermo Brown, y de su inteligentísima autora Richmal Crompton.
Después de Guillermo Brown el siguiente paso iniciático en mi camino fue El diario de Job (1983), un libro que se ha publicitado menos que otras obras de Fernando pero que a mi juicio tiene, además de belleza literaria, una especie de hondura onto—ateológica —que es lo más parecido a la teología pura y dura— como la tiene su Ensayo Sobre Cioran.
De la mano de Savater me he introducido en el pensamiento de Nietzsche, Cioran y Spinoza. La ética de Savater es en gran medida una ética spinozista en la que la intencionalidad de su reflexión ética es a la postre ayudar a clarificar nuestra voluntad de felicidad y mostrarnos algunos caminos.
El punto de madurez de Savater se expresa en su obra La tarea del héroe (1981), donde escribe la clave de sus convicciones políticas: «He sido un revolucionario sin ira; espero ser un conservador sin vileza».
Aunque no he compartido algunos de sus compromisos políticos, comparto desde siempre su atinada descripción de todo nacionalismo: «El nacionalismo es una inflamación de la nación igual que la apendicitis es una inflamación del apéndice».
Su coraje en la lucha contra ETA conllevó que fuera amenazado de muerte por la organización terrorista y tuviera que vivir protegido por escolta durante más de una década.
Lamento la finalización de sus colaboraciones en EL PAIS, pero estoy seguro que desde cualquier otra tribuna seguirá alimentando nuestra conversación publica con sus, en general, atinadas y, siempre, briosas opiniones. Un brindis por Savater
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