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Blog taola

Sobre los hijos, por José Carlos Carmona











Los hijos según mi amigo José Carlos Carmona


¿Por qué tener hijos?

Publicado en el Correo de Andalucía 2.02.21

Para mí (en este sentido), la vida se me antoja como la invitación a un gran parque de atracciones. Es verdad que te llevan sin pedirte permiso, pero una vez que estás dentro tu opción es montarte en una o dos atracciones o en muchas; pasear sólo por las calles principales o recorrer todos sus callejones y vericuetos. Tener hijos es una opción que viene en el pack, es toda una gran zona con parque infantil, calles (ruidosas), islas, atracciones (peligrosas, angustiosas, divertidas, entrañables), tiendas, espectáculos. La paseas si quieres o si no, no. (También existe la posibilidad -cruenta- de salirte del parque).

Yo decidí pasear por esa amplia zona del parque de atracciones no porque especialmente me interesara esa zona sino porque yo quiero conocer todo el parque. ¡No me iba a quedar sin visitar terreno tan amplio! Igual que te digo esto te digo que en el parque también está el Mundo y creo que debemos visitarlo lo más posible, desde Nueva Zelanda a Canadá. Y está la calle de las artes y del enamorarse y del conocimiento... Hay callejones oscuros que están ahí pero donde no me meto ni loco: el alcohol, las drogas, y ese etcétera del mal... Hay que saber elegir.

Se cuentan historias espantosas de la angustia de la responsabilidad de tener un hijo. Y son verdad. Pero también es angustioso montarse en la Montaña Rusa y allá que van los jóvenes (y no tan jóvenes) a vivir las ansiedades del looping. Lo malo es que esas «historias» están prendiendo en los jóvenes que se dicen: «Yo por ahí no paso. Los hijos me atan, me impiden mi desarrollo profesional, me condicionan las vacaciones, sus actitudes egoístas son una bofetada a nuestros principios, la tarea de educar a un pequeño simio es ingrata porque no se le ve el resultado hasta, con suerte, muchos años después». Y lo que ahora se escucha mucho: se es padre para siempre; los problemas nunca acaban, sólo cambian. Vale: esto de ser padres es un reto. Un reto del juego llamado Vida. Juégalo o no. Pero jugarlo, entrar en esa parte del parque, amortiza tu entrada con creces: la intensidad de la existencia se multiplica por mil. Puedes quedarte fuera: yendo al cine los fines de semana, haciendo deporte si prisa, teniendo tu casa siempre arregladita... Vale. No es obligatorio.

Yo creo que la Naturaleza, que creó este Parque de Atracciones, te pone en el ticket de entrada un mensaje en letras gigantes: PROCREAD. Y lo podemos saber porque vemos su obra por todas partes: la Naturaleza nos muestra que todas las esporas, líquenes, plantas, insectos, animales, Todo lo vivo -por poco tiempo que lo haga-, tiene ese único objetivo: procrear. Nosotros, los humanos, tenemos una prueba evidentísima de su designio: cuánta energía puesta por la Naturaleza para inventarse el placer más explosivo: el sexo. No puede ser casualidad que de todas las cosas humanas que hacemos esa tenga semejante carga placentera. Es una trampa: el sexo es la trampa de la naturaleza para que procreemos. En el Parque de Atracciones viene escrito en el arco de la entrada de la calle principal: «PLACER», y uno entra en la adolescencia como un toro porque hay un señor con piruletas de sabor a éxtasis que te dice: «Niños, venid. Venid y entrad en el mundo prohibido del placer». Y cuando entras, caes por un larguísimo tobogán que te lleva hacia el valle de la paternidad del que nunca podrás salir... (Aunque en las últimas generaciones hemos aprendido a entrar en la calle del Placer sin caer por el tobogán. Hoy el tobogán es voluntario -aunque algunos se resbalan en su entrada).

Pero le agradezco a la Naturaleza el engaño, primero, porque no está nada mal el formato procreativo; y, luego, porque ese Valle de emociones intensas y cambiantes y eternas llamadas «hijos» me enseñan cada día quién fui y quiénes fueron mis padres y cuánto esfuerzo pusieron en mí, y porque todos ellos me gritan: «¡Continúa! No eres el dueño de esta cadena de eslabones de mil generaciones. No tienes derecho a cortar la cadena. No sólo eres hijo de tu padre: eres nieto de tu abuelo, y biznieto de tu bisabuelo y tataranieto de tu tatarabuelo... Y todos ellos lucharon por sobrevivir como especie, por sacar adelante a la familia, por mantener la cadena sucesoria, para que todo continúe orgullosamente y no se interrumpa porque tú quieres tener tiempo para ir al cine».



***







No tener hijos

Publicado en el Correo de Andalucía 04.09.21

No tener hijos es como ver el ballet sin música. Ves el ballet. Lo ves. Crees que eso es «el ballet». Ahí están todos esos niños pesados de tus amigos, los sobrinos cariñosos pero insoportables más de un ratito, las películas de Navidad. Los que no tiene hijos los ven y se creen que ver es saber, pero no saben que son sordos. Son espectadores sordos de un ballet que, viendo, creen acaparar toda la realidad, pero no saben -porque la música no se ve- que en el foso del teatro hay una enorme orquesta sinfónica tocando.

Los padres se quejan de los hijos y los sordos sólo anotan en el «haber» la suerte que tienen de no soportar todo aquello de lo que se quejan los padres. Pero los padres es que no van contando todo «lo otro», como una pareja no cuenta su placer sexual o las montañas no cuentan las cosquillas que le hace el río. Y es que es difícil de contar el amor por los hijos. Se usa esa palabra, «amor», pero es tan deficiente en su relato como decir que el desierto es arena o que el mar es agua o avisar de que tras el ballet suena una gran orquesta. Las tres cosas son mucho más, intensamente más, inenarrablemente más.

Como el «relato» de la vida actual nos lo cuenta lo comercial y el consumo, (consumo de «experiencias», actividades curiosas, diversidad de aventuras, tiempo de gimnasio, asistencia a eventos, looks, moda, tecnologías, etc.), o sea, el egoísmo pontificado, ser madre o padre parece hasta vergonzoso. Una mujer soltera escucha: «cuánto envidio todas las cosas que puedes hacer», y a la soltera no se le ocurre pensar: «cuánto envidio todo el amor que das y recibes» porque ese «relato» no está elaborado conforme a los nuevos tiempos de «consumo de experiencias». Ahora parece que ser madre es algo vergonzoso, como «ah, sí, lo siento, me has pillado cagando», o sea me has pillado haciendo una función natural (como es la de tener un hijo) y no cultural como viendo una serie de televisión.

Hay personas que se vanaglorian de su soltería para tener más tiempo para ellas. Decidme: ¿qué habéis hecho con ese tiempo? ¿Realmente lo habéis empleado en algo que compense todo el amor que os habéis perdido -amor de dar y recibir-? ¿Habéis curado el cáncer, habéis salvado a los niños de los campos de refugiados, habéis escrito la novela del siglo? Imagino que habéis visto unas cuantas series de televisión más, habéis hecho deporte para conservar ese cuerpo fitness, habéis ido de compra sin prisas, habéis hecho algo más de turismo superficial y habéis leído unos cuantos libros más para intentar entender la condición humana sin haber aprendido de la lectura, al parecer, que lo más trascendental de la condición humana es la p/maternidad.

¿Por qué pensamos lo que pensamos? ¿Quién ha imbuido en nuestras cabezas el «relato» de que «tener tiempo para mí» es mejor que «tener tiempo para mis hijos»?

«Es que el niño no me deja tiempo para mí», ¿es que acaso el tiempo con tu hijo no es tuyo? ¿Todo esto de qué depende? Pues te lo voy a decir yo: de la voluntad. Imagina que tienes un trabajo que ya no te gusta, pero que no puedes dejar porque ya no sabes hacer otra cosa y porque no hay alternativas y porque, en el fondo, es cómodo. Puedes pasarte los próximos 20 años odiando cada minuto de tu estancia en ese trabajo y sufrir como un condenado o puedes «echarle voluntad», cambiar tu actitud, hacer de tu participación en ese negocio un acto de entrega y ayuda a los demás, a la entidad y al mundo (el panadero que comprendió para quién era el pan) y así dejar de sufrir. Con la paternidad pasa igual: si un día te llega un mensaje del mundo del consumo de que «te mereces tiempo para ti» y ese pensamiento se aloja en tu cerebro, ¿de quién depende que comience a regir tu vida?: de tu voluntad, de la voluntad de reelaborar ese pensamiento conscientemente y auto convencerte de que el tiempo con tus hijos es un Gran Tiempo Para Ti. ¿O es que no tenemos posibilidad de control sobre los mensajes que vienen de fuera y sólo somos sus marionetas?

Y, además, ¿eres tonto o qué?: ¿no sabes que el tiempo con los hijos pasa, pasa rápido, mucho más rápido de lo que parece, y te va a sobrar tiempo a carretadas, y vas a estar hasta cansado de tanta libertad y tanto tiempo libre y «tanto tiempo para ti»? Vas a anhelar el tiempo en que tus hijos te necesitaban, vas a arañarte la cara deseando que vuelvan a pedirte ayuda.

Vivir es muy complicado: cuando lo tienes lo desprecias; cuando lo has perdido, lo deseas. Así es la condición humana, pero hay una herramienta de control: tu voluntad razonada. Piensa, no dejes que se instalen en tu cabeza modas de pensamiento sin tu análisis crítico. Disfruta del ballet con toda su música.



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