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La vida atenta, por Javier Otaola

EL CORREO 22.09.2024


Mi admirado Javier Gomá, que reúne la feliz condición de ser filósofo y a la vez bilbaíno, ha venido desarrollando a lo largo de toda su obra una luminosa investigación sobre el ser mismo de nuestra condición humana; a saber, nuestra capacidad de prestar atención: «Somos seres atencionales, estamos donde ponemos la atención, es la oración de nuestra mente».



A propósito de cómo prestar la atención que se merece al curso general de nuestra vida me viene a la memoria un libro leído recientemente: 'Cuatro mil semanas. La vida es corta. ¿Qué piensas hacer al respecto?' (Oliver Burkeman. 2022). No es un libro propiamente filosófico, ni hace reflexiones profundas al estilo de 'Ser y tiempo', de Martin Heidegger, pero trata en efecto de la inextricable relación de nuestro ser con el tiempo, y de cómo repartimos nuestro tiempo y nuestra atención entre las tareas que nos reclaman: «La vida media del ser humano es ridículamente breve: si llegas a los 80 años, habrás vivido unas 4.000 semanas». Reducida a semanas de agenda, la vida, en efecto, parece más corta que computada en años. Que cada uno haga sus cálculos y saque sus consecuencias.


Curiosamente, a pesar de esa fugacidad del tiempo que nos constituye, por todas partes nos quieren robar la atención con infinitos reclamos, repetitivos anuncios, toda clase de planes e infinitas propuestas para hacer de todo. Oliver Burkeman, basándose en atinadas ideas de filósofos, antiguos y modernos, nos ofrece inteligentes consejos para no dispersarnos atendiendo a estímulos interesados de aquí y de allá y a gestionar el tesoro de nuestra personal atención, con calma y con sentido, centrándonos en objetivos genuinamente nuestros, alcanzables y que realmente nos valgan la pena -a cada uno según sus afectos, intereses y proyectos-.


Todos sabemos que es completamente falso que podamos prestar atención a todo. Al contrario, elegir es renunciar porque, como ya sabemos, nuestro tiempo y nuestra atención son limitados. Debemos emplear uno y otra en aquello que mejor responda a nuestros auténticos deseos, compromisos y necesidades, sin dejarnos seducir por cantos de sirenas ni por ofertas tentadoras de mercaderes de almas por grandes que sean los tesoros que nos ofrezcan. Al elegir a qué dedicamos nuestra atención, elegimos el curso de nuestra propia existencia.

Nuestra capacidad mental es limitada y, por lo tanto, también lo es la información que podemos digerir. Por todas partes, en bares y restaurantes, en el metro, en los comercios, en tiendas y mientras caminamos por la calle, vemos a multitud de personas que parecen ir juntas con su atención absorbida por unas pequeñas pantallas que sostienen entre las manos. Las nuevas tecnologías de la comunicación y la multiplicación de los incentivos al consumo, ofertas comerciales, mensajes políticos y publicitarios que ofrece la realidad virtual hacen que lo virtual ocupe cada vez más espacio en nuestras respectivas agendas, enriqueciendo nuestras posibilidades, pero también incrementando el ruido mental en el que vivimos y la presión sobre nuestra atención.


Ya en 1971 el sabio y premiado economista Herbert A. Simon apuntó la idea seminal de lo que luego se denominaría economía de la atención cuando escribió: «Una gran cantidad de información crea una pobreza de atención y la necesidad de asignar esa atención eficientemente entre la abundancia de fuentes de información que podrían consumirla».


Después de un momento inicial de euforia, por las grandes posibilidades de comunicación e interacción social que ha puesto a nuestra disposición el teléfono móvil y sus múltiples aplicaciones, yo mismo me he diagnosticado «sobrecarga de interacción social» por el despilfarro de atención que esa interacción reclama, y me he recetado un silencio casi total en las redes, y una reducción drástica de toda clase de interacción.


El problema esencial de toda economía es cómo gestionar nuestros recursos escasos para hacer frente a necesidades y, sobre todo, a curiosidades y deseos infinitos. La capacidad mental de los humanos es limitada y, por lo tanto, también lo es la receptividad de la información que podemos digerir. Intentamos filtrar la información que nos interesa de la masa de reclamos, anuncios, publicidad, propaganda e informaciones que actúan como depredadores de nuestra atención; depredadores que han aumentado enormemente sus anzuelos y sus redes; así se llaman, precisamente: redes.

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