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Después de nosotros: la Vida, por Javier Otaola

Publicado en EL CORREO. 9 de noviembre 2021


En un momento de desesperación el Rey Luis XVI de Francia pronunció una frase que ha resonado a través de los siglos como una especie de proclama de irresponsabildad: “Après moi, le Deluge” —“Después de mi, el Diluvio”. Una frase que era, por un lado, una amarga constatación de impotencia ante el horizonte de violencia que se abría en ese momento prerrevolucionario para Francia, pero además, era algo más: el abrumado Luis reclamaba que no se le pidieran cuentas respecto de lo que podría pasar en su patria después de su muerte. No se sentía responsable. Y sin embargo lo era.


La Cumbre sobre el Cambio Climático 2021 de Glasgow nos anticipa un horizonte amenazante como un Diluvio; si no cambiamos nuestra manera de vivir y el modo en el que maltratamos la Vida en el Planeta, vamos a poner en peligro la existencia de la vida humana tal y como la hemos conocido hasta ahora. El imperativo categórico que fue más allá de la ética prudencial de Aristóteles fue formulado por Emmanuel Kant en el XVIII para definir la raíz de toda conducta ética: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”.

Ese principio ético se enuncia formalmente, según la regla de su valor universal, teniendo en cuenta a todos los seres humanos contemporáneos, hombres, mujeres de cualquier lugar y cultura, porque reconoce que la ética no sería tal si no tuviera en mente a todos los seres humanos.


El imperativo categórico es, pues, único: Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal (2003 56-57). Un poco más adelante, Kant realiza una segunda formulación de su imperativo categórico añadiendo que todos los seres racionales están sujetos a la ley de que cada uno de ellos debe tratarse a sí mismo y tratar a los demás, nunca como simple medio, sino siempre al mismo tiempo como fin en sí mismo. Hans Jonás (10 de mayo de 1903 - 5 de febrero de 1993) en su obra El Principio Vida, formula en el último tercio del siglo XX un nuevo enunciado del principio categórico de Kant. Y lo hace a partir de sus experiencias como soldado durante la II Guerra Mundial y de su reflexión sobre la capacidad destructiva desplegada por las naciones más desarrolladas del Mundo, así como sobre el significado del Holocausto y los peligros que para toda la Vida en la Tierra implica la tecnología de la fisión del átomo: Hiroshima y Nagasaki. Jonás se da cuenta de que por primera vez en la Historia los actos humanos no sólo tienen

consecuencias para otros seres humanos contemporáneos, sino que pueden afectar a las mismas condiciones de existencia de la Vida en su conjunto y a la pervivencia de las futuras generaciones sobre la Tierra. El poder y el saber, de los pasados siglos eran demasiado limitados, los seres humanos no podíamos prever el futuro remoto ni tener por lo tanto una conciencia de la causalidad a nivel global y transgeneracional. Y en la medida que no podíamos conocer el futuro a largo plazo no se nos podía pedir responsabilidad sobre lo que fuera a suceder. Hoy sí se nos puede pedir.




Hoy en día ya no es sólo el poder megadestructivo de las armas nucleares, sino que hay nuevas amenazas provocadas por nuestros modos de producción y consumo, que están teniendo consecuencias catastróficas derivadas de la sobrexplotación de los recursos naturales, la contaminación masiva de los mares y de la atmósfera y el calentamiento global. Partiendo del imperativo kantiano, y teniendo en cuenta el vínculo que nos une con las generaciones que todavía no existen, y que tienen derecho a heredar la Tierra, Jonás decide formular, un nuevo imperativo: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la tierra”. O dicho en forma negativa: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción no sean

destructivos para la futura posibilidad de esa vida”. Y de un modo más positivo aún podría decir: “Incluye en tu elección presente, como objeto también de tu querer, la futura integridad del hombre”

Vivimos en un momento excepcional en la Historia de los seres humanos, ya que nuestro poder tecnocientífico es de tal magnitud que su uso irresponsable puede hacer imposible la existencia misma de la Humanidad en el futuro.

La humanidad de nuestro tiempo, no puede, como Luis XVI renunciar a su responsabilidad, y conformarse con esperar el Diluvio que nosotros mismos estamos provocando. No puede hacerlo sin negarse a sí misma. No tenemos derecho, a elegir y ni siquiera a arriesgar el no-ser de las generaciones futuras por causa del modo de vida y de consumo de la generación actual.

Javier Otaola. De la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País.

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