por Andrés Ortiz-Osés
VENDER EL ALMA
Me alimenté de lo oscuro
y lo sagrado (Lorente-Bull).
Darren Lorente-Bull es un escritor hispano-británico experto en francmasonería, autor entre otros de The Other Brotherhood y del libro de poesía que nos ocupa: Sileno vencido (Poemario maldito), publicado en español e inglés por ediciones Matrioska. El autor ha traducido al inglés la novela El síndrome de Nietzsche de Javier Otaola, el cual ha definido a aquel como un tipo mundano y espiritual, situándolo entre Dioniso el vividor y Apolo el sobrevividor.
Lorente-Bull comienza su librito con una visión oscura de su vida en la ciudad de Londres, habitada por ceniza, miasma y detritus, cohabitada por la plaga del motor donde “los coches sangran, el sol aúlla y las nubes oprimen: están lloviendo flores muertas”. La influencia de Baudelaire se redobla aquí con el influjo de G.Lorca en Nueva York, ya que más adelante la ciudad de angustia y melancolía, acero y cristal, le enfría el alma y le produce carne trémula.
Nuestro poeta se sitúa esquinado entre el ladrillo y las flores, ladrillo turbio y flores de cementerio. De pronto comparece una referencia estrábica a Dios y a Lucifer, la luz encendida y la luz caída, así como a la divinidad y a las putas, hasta que el errabundo autor toma cierta cálida distancia, como si ahora divisara las brumas atlánticas desde nuestro sol mediterráneo. Se pasa así de la negatividad vital a cierta ambivalencia existencial connotada bifrontemente: “su piel tostada se convirtió en mi prisión y mi paraíso”. Pero todo concluye con el corazón arrugado y cansado por haber vendido el alma.
En consecuencia la segunda parte del poemario es una confesión autocrítica, por haber asesinado el amor y su sueño de pureza. Y aparece el destello de la muerte escondida: “he visto la muerte escondida en la oscuridad, buscándome en la forma de una mujer, entre la cuna y la tumba”. Ahora el mundo muestra su envés o revés, el sueño roto y el amor roto, de modo que el Sileno que acompaña como sátiro al dios vividor Dioniso se avergüenza y se retira, dejando aparecer en la última parte o escena al dios Apolo el sobrevividor. Vivir la vida crudamente resulta duro, se trata de recuperar la inspiración sanadora o salvadora para poder sobrevivir.
La inspiración sanadora o salvadora se encuentra en la belleza oculta: “la belleza que se esconde en la oscuridad de la noche / para florecer una vez más con la primera luz de la mañana”. Por eso frente al devenir alocado de la vida, el poeta reclama la suspensión del tiempo superficial, invocando a los dioses en favor de la virtud o fortaleza anímica frente al estrépito del mundo. El veneno de la inspiración dionisíaca o terrestre (horizontal) cede a la inspiración apolínea o celeste (vertical), abriendo así las heridas de la vida al viento oreador del espíritu de libertad o liberación.
El paso de la pasión dionisiana a la razón apolínea es el paso de la juventud embriagada a la madurez embarcada: el Sileno ha sido sobrepasado junto con el coro de sátiros. Pienso empero que ello no significa que Apolo el puro se enfrente puritanamente a Dioniso el impuro, sino que implica una alianza entre ambos, la razón y la pasión, el rostro luminoso y el contra-rostro oscuro, la cara apolínea y la contra-cara o trasero dionisiano. Esto es lo que a mi entender significa, desde el realismo turbio, la presencia desenfadada de un licencioso poema del autor en medio de su obra poética, dedicado al descubrimiento estético de nuestro rostro posterior o glúteo: el cual comparece como “una promesa de belleza simple de mármol / de ébano o de marfil / de canela y de sublime palidez como de piedra lunar”.
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