1.- De La amistad extrema, en Montaigne. (1533-1592)
En medio de una situación de guerras religiosas intermitentes que asolaban Francia, cuando “tout crolle autour de nous” (III, 9, 938) nuestro autor, Michel Eyquem de Montaigne, no desespera sino que mantiene su confianza en la capacidad humana por encontrar soluciones: “Pour moy, je n’en entre point au desespoir, et me semble y voir des routes á nous sauver” (III. 9, 938).
Sin embargo Montaigne al parecer ha perdido el interés por la acción y con 38 años, el 28 de febrero de 1571 se aisla en el tercer piso de la torre del castillo de Montaigne, rodeado de libros, dejándose llevar por lo que él mismo llama su naturaleza indolente; sin embargo sus intérpretes a la hora de explicar las causas que motivaron ese repliegue, suelen relacionarlo con la pérdida del amigo Etienne de La Boétie y ven, en los Essais, una especie de prolongación del privilegiado diálogo que aquellos hombres mantuvieron’ en ese “siecle si gasté” (III, 2, 784).
En la parte central del primer libro, Montaigne le consagra a de la Boetie un ensayo De l’amitié. Pero la amistad de la que habla el Señor de Montaigne no es la amistad ordinaria, un afecto compartido y plural, hecho de camaradería y aprendizaje mutuo que podemos conocer la mayoría de nosotros, es una forma de afecto que el especialista en Los Ensayos, Jean-Luc Hennig ha descrito como una «amistad extrema» lo que se corresponde bien con las palabras con que Montaigne define su relación de cuatro años con La Boétie. Una amistad que define como única y que sumió a Montaigne tras la muerte de La Boétie en la soledad y la melancolía:
"Si comparo todo el resto de mi vida con los cuatro años que me fue dado disfrutar de la dulce compañía y sociedad de esa persona, (mi vida anterior) no es más que humo, no es más que una noche oscura e insípida. Desde el día que le perdí no hago más que arrastrarme y languidecer, y los mismos placeres que me ofrecen, en lugar de consolarme, hacen que se recrudezca el valor de su pérdida. Nosotros íbamos en todo a medias. Y ahora me parece que yo le robo su parte. Estaba tan acostumbrado a ser el segundo en todo que ahora me parece que solo soy a medias"[1]
2.- La amistad como intensificación de nuestra propia fuerza vital, según. Nietzsche. ( 15 de octubre de 1844-25 de agosto de 1900)
Nietzsche fue de por vida un solitario y al mismo tiempo un apologista de la amistad.
El amigo para Nietzsche es un intensificador de la vida. Y comparto esa opinión.
El Nietzsche joven necesita de los amigos para robustecer -él mismo lo dice- su «débil y miserable» fe en sí mismo.
Mantuvo amistades muy celebradas con Wagner y su mujer Cósima que terminaron en virulenta enemistad, curiosamente fue Franz Overbeck, un teólogo protestante el mejor amigo de Nietzsche por haberse mantenido fiel ante un solitario pensador a quien no le sobraban las amistades, y que vivió rodeado de odios y de malentendidos.
Una paradoja muy cristiana que el autor de la virulenta "maldición contra el cristianismo" (Fluch auf das Christenthum), haya encontrado en un 'teólogo' a su mejor amigo.
Cuando en Humano, demasiado humano N. caracteriza la “buena amistad” señala: La buena amistad nace cuando se estima mucho al otro y ciertamente más que a uno mismo, cuando asimismo se le ama pero no tanto como a sí y cuando finalmente, para facilitar el trato, se sabe agregar el delicado toque y aura de la intimidad, pero al mismo tiempo se guarda uno prudentemente de la intimidad real y propiamente dicha, y de la confusión entre el yo y el tú (Verwechselung von Ich und Du).
La amistad es para Nietzsche una íntima, constitutiva, necesidad puesto que el otro, el amigo, siéndolo me ayuda a ser yo mismo; porque «nuestra fe en otro nos revela en qué quisiéramos creer al creer en nosotros mismos».
Otros preceptos de la amistad según Nietzsche nos dan un perfil de su entendimiento:
1) no entregarla a una sola persona, para evitar que la relación amistosa se convierta en encarcelamiento;
2) no proponerse como ideal la entera desnudez del alma propia ante los ojos del amigo, porque sólo a los dioses avergüenza el uso del vestido; pensar que todo espíritu profundo necesita una máscara al realizarse entre los demás y que sólo con ella se actúa sobre el corazón y sobre la cabeza de los amigos, pero sin olvidar nunca que la mejor máscara es el propio rostro;
3) evitar ser esclavo y tirano: los esclavos no pueden ser amigos y los tiranos no pueden tenerlos;
4) ser maestro en la adivinación y en el silencio, porque en uno y en otra consiste la maestría de la amistad.
El verdadero amigo es un hombre que sabe no olvidar nunca su propia personalidad («Sed siempre para mí -pide Nietzsche- de aquellos que se aman a sí mismos»); alguien que para su amigo quiere y es capaz de ser «aire limpio, soledad, pan y bálsamo medicinal» y que, aun no sabiendo desprenderse de sus propias cadenas, llega a constituirse en verdadero redentor.
3.- Mi experiencia de la amistad. La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad (Sir Francis Bacon)
A los 65 años de edad cuando revisito mis recuerdos, se me impone la vivencia de mi temporalidad, la consciencia de que soy un tiempo vivido en el argumento que ha sido y aún es mi vida. En ese argumento han estado y están mis amigos y amigas, como un estímulo constante y felicitario.
Como dice Ortega nuestra vida es esencialmente temporal y puesto que siempre tenemos que decidirla, es fundamentalmente futurición, por eso a la postre somos el tiempo que nos queda.
Somos un tiempo biológico y existencial, que fluye sin detenerse y la amistad es un afecto atravesado por la edad y el tiempo, y así hay una forma de amistad infantil, otra adolescente y juvenil, otra propia de la sazón de nuestro tiempo vital y profesional y otra postrera de la vejez más nostálgica y meditativa.
La amistad como experiencia constitutiva nos acompaña, como recuerdo, realidad y también como posibilidad siempre abierta a suceder, en todos los momentos de la vida y se transforma con nosotros siguiendo el curso de nuestras edades.
Para terminar quiero citar un pensamiento de Camus sobre la amistad que dice lo mejor que se puede decir de ella “La amistad es la ciencia de los hombres libres”
[1] Car, à la vérité, si je compare tout le reste de ma vie, quoiqu’avec la grâce de Dieu je l’aie passée douce, aisée, et, sauf la perte d’un tel ami, exempte d’affliction pesante, pleine de tranquillité d’esprit, ayant pris en paiement mes commodités naturelles et originelles, sans en rechercher d’autres ; si je la compare, dis-je, toute aux quatre années qu’il m’a été donné de jouir de la douce compagnie et société de ce personnage, ce n’est que fumée, ce n’est qu’une nuit obscure et ennuyeuse. Depuis le jour que je le perdis, je ne fais que traîner languissant ; et les plaisirs mêmes qui s’offrent à moi, au lieu de me consoler, me redoublent le regret de sa perte : nous étions à moitié de tout ; il me semble que je lui dérobe sa part.
J’étais déjà si fait et accoutumé à être deuxième partout qu’il me semble n’être plus qu’à demi. Il n’est action ou imagination où je ne le trouve à dire ; comme aussi eût.il bien fait à moi :
car de même qu’il me surpassait d’une distance infinie en toute autre suffisance et vertu, aussi faisait-il au devoir de l’amitié.
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