Andrés Ortiz-Osés, o la hermenéutica simbólica, por Javier Otaola
- Diccionario subjetivo

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Me acerqué al pensamiento y a la personalidad de Andrés Ortiz-Osés,[1] en la década de los 70, en la Universidad de Deusto, Bilbao, en una época turbulenta en la que el terrorismo de ETA se manifestaba en toda su crudeza no sólo en su sanguinaria actividad criminal sino también permeando la vida social con su discurso pre-político, tribal, de «amigo- enemigo» más propio del Karl Schmitt de los años 30 que del humanismo democrático del último tercio del siglo XX.
Andrés Ortiz-Osés había intentado acercarse a la herida romántica del nacionalismo con mirada hermenéutica y una voluntad mediadora —a la postre remediadora— analizando los elementos afectivos y simbólicos que se hacían violentamente presentes en ese conflicto entre el «matriotismo» propio del nacionalismo vasco y el «patriotismo» del nacionalismo español. Su visión me pareció una aportación original que descubría muchos elementos no-dichos, pero presentes que hacían imposible cualquier entendimiento porque todas las palabras, con las que pretendíamos compartir socialmente nuestra realidad estaban empapadas de sentimentalidades contrapuestas, de afectos y de odios tácitos que hacían de cada conversación un campo de minas.
Autosuficiente como sólo un joven puede ser, sedicente librepensador, masón en ciernes, «creyente» en el poder emancipador de la Razón —con mayúscula— e ingenuo militante de las Luces en la brumosa ciudad de Bilbao tuve que confrontarme con la paradójica lucidez de un pensamiento, que ilustraba a la propia Ilustración y me descubría que no hay luces sin sombras, y que es más verdadera una Ilustración Romántica, dualécticamente relacionada con la Sombra, que el crudo resplandor de una Razón frígida, calculadora e instrumental; Ortiz-Osés rechazaba el macabro oscurantismo contra el que se confrontó la Ilustración pero a la vez me mostraba una Ilustración escarmentada,[2] capaz de ilustrase a sí misma y comprender el lado arquetípico de lo humano con sus símbolos y relatos, oscuridades y contradictorias pasiones, que anunciaran poetas, psiquiatras, teólogos y filósofos como Shakespeare, Baudelaire, Freud, Jung, Schleiermacher, Kierkegaard, Schopenhauer, Nietzsche, E. Cassirer, Gadamer...
Ese encuentro comenzó a cambiarme y a abrirme a una forma de pensamiento más veraz y por ello más útil para entender la urdimbre de las cosas. Con este introito quiero explicar las razones que me llevaron a interesarme por el pensamiento y la personalidad de Andrés Ortiz-Osés, y también quiero con mis palabras incitar a la lectura de este libro en el que se recogen ensayos, poemas y aforismos de madurez que muestran, como la punta de un iceberg, algo más grande, la obra de Andrés Ortiz-Osés, una renovada forma de filosofar para el hombre y la mujer de hoy: la hermenéutica simbólica.
I. Ilustración y contra-ilustración en España.- La Ilustración en España se desarrolló en focos urbanos, en torno a grandes personalidades, y a sociedades sabias, cenáculos y juntas de comercio como la Sociedades Económicas de Amigos del País; la primera de estas entre nosotros fue, precisamente, la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País; una iniciativa de un grupo de nobles ilustrados guipuzcoanos conocidos como los «Caballeritos de Azcoitia» —y encabezados por Javier María de Munibe, conde de Peñaflorida [3]— que ya en 1748 formaron una tertulia llamada «Junta Académica», (Joaquín Eguía, III Marqués de Narros, Manuel Ignacio de Altuna, amigo de Rousseau ) dedicada al estudio de las ma- temáticas, la física, la historia, la literatura, la geografía, sesiones de teatro y conciertos de música. Hubo también focos importantes de Ilustración en Asturias (Jovellanos, Campomanes,), en Sevilla con Olavide; en la costa mediterránea el foco ilustrado más importante fue Valencia, con Gregorio Mayans, Jorge Juan, Antonio José Cavanilles; en el oeste, Galicia, en el norte pirenaico, Zaragoza y en el centro Madrid que fue el centro de difusión más importante gracias a la proximidad de la Corte y la presencia de instituciones docentes, el ambiente cosmopolita, la prensa abundante, el mecenazgo de aristócratas ilustrados, y la gran actividad de la Matritense Sociedad Económica de Amigos del País, que gozó por un lado del impulso, pero también sufrió el freno o tutela del Gobierno.
En Barcelona, además de la Academia de Buenas Letras, reconocida por Fernando VI y creada en 1754, tuvo importante actividad la Junta de Comercio de Barcelona que des- plegó una actividad similar a la que en otros lugares lleva- ban a cabo las Sociedades de Amigos del País. Sin embargo, la Ilustración [4]no tuvo entre nosotros el éxito que alcanzó en otros países europeos, Marcelino Menéndez y Pelayo[5]exponente eximio del reaccionarismo español anti- ilustrado tuvo a gala reivindicar una especie de ortodoxia nacional que pretendía identificar necesariamente la idea misma de España como nación con el integrismo católico-romano; así dice lo siguiente en su monumental Historia de los heterodoxos españoles:
«La resistencia española contra el enciclopedismo y la filosofía del siglo XVIII debe escribirse largamente, y algún día se escribirá, porque merece libro aparte, que puede ser de grande enseñanza y no menos consuelo. La revolución triunfante ha divinizado a sus ídolos y enaltecido a cuantos le prepararon fácil camino; sus nombres..., viven en la memoria y en la lengua de todos; no importa su mérito absoluto; basta que sirviesen a la revolución, cada cual en su esfera; todo lo demás del siglo XVIII ha quedado en la sombra. Los vencidos no pueden esperar perdón ni misericordia. Vae victis».
Siguiendo y citando al profesor español Javier Herrera [6] resulta paradójicamente que «...el pensamiento reaccionario del siglo XVIII ni fue tradicional ni fue español». Los autores que Menéndez y Pelayo reivindica como grandes resistentes, mártires de la tradición patria, no eran otra cosa que clérigos3 que, ante la avalancha irresistible de las ideas ilustradas...
2 HERRERA, Javier, 1994, Los orígenes del pensamiento reaccionario español, Ma- drid, Alianza.
3 FERNANDO DE ZEBALLOS (1732-1802): La falsa filosofía (1774-76): Propone un enfrentamiento maniqueo entre el Bien y el Mal, lo que le conduce a justifi- car el uso de la violencia en todas sus formas posibles (guerra, pena de muerte o tortura) para salvar a la sociedad. VICENTE FERNANDEZ VALVARCE (1723-1798): Los desengaños filosóficos (1787-97).
no oponen un pensamiento original, sino que se limitan a importar el pensamiento reaccionario europeo, en especial el francés. Se limitaron, por tanto, a hacer uso de los discursos anti-ilustrados de Nonnotte4, Bergier, Valsecchi, Mozzi y de los dos grandes reaccionarios: Joseph de Maistre5, y De Bonald6, y eran, en consecuencia, tan «afrancesados» o más que los que ellos acusaban de serlo. El pensamiento reaccionario francés, fuente del español, se definía por los siguientes rasgos:
—1. Cifraba en el nombre de Voltaire todos los males de la modernidad: un Voltaire que reclamaba la autonomía personal y reivindicaba la educabilidad del ser humano, el escepticismo frente a los poderes religiosos, el desprecio de todo fanatismo y el cultivo de la duda y la tolerancia.
—2. El pensamiento reaccionario no cree en que sea posible un orden basado en la autonomía personal, y la libertad de criterio de los seres humanos; más aún: quien no ve la ver- dad de la Tradición es porque tiene sus ojos oscurecidos por el pecado, de ese modo el éxito de la idea de Modernidad y
de sus libertades civiles y políticas no puede explicarse por su verdad moral o por su razonabilidad sino por la acción maliciosa y coordinada de fuerzas ocultas que pretenden destruir, con sofismas, los principios de la sociedad tradicional: la teoría de la conspiración.[7]
3. El valor de la tolerancia es entrañablemente odiado por los publicistas reaccionarios por cuanto implica relativizar el dogma y desapoderar a las jerarquías eclesiásticas de su ca- pacidad de coacción moral y física, de modo que la toleran- cia religiosa no es otra cosa que una estratagema de los im- píos para burlar el control de la Iglesia y mermar los dere- chos de la verdad.
4. La idea misma de igualdad es, a juicio de la reacción, quimérica, y lesiona el orden jerárquico que es el verdadero orden querido por Dios.7
El pensamiento ilustrado español se consolida en el XIX y tiene como mejor referente a Juan Donoso Cortés, (1809- 1853) y su Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socia- lismo (1851). Según Donoso, la política depende de la teolo- gía, constituyendo el proceso secularizador de la moderni- dad un tremendo error producto del orgullo humano. La verdadera teología, según él, no es otra que la católica, pues el catolicismo es depositario del único dogma verdadero, ya que la Iglesia de Roma es, sin lugar a dudas, infalible. La obra de Donoso se dirigía en general contra el ateísmo revo-
7 Cfr. Juan Puelles López.
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lucionario de la época (Proudhon), así como también, aun- que en un tono más respetuoso —por su conservadurismo— contra la teoría de Guizot acerca del desarrollo de la civilización en Europa.
Para Donoso Cortés [8]el dilema de la civilización europea (y de España) no estriba en escoger entre libertad y dictadura, elección imposible y engañosa, ya que según su teología del poder, todo poder verdadero es en esencia dictadura —así lo pensaron también Marx y Schmitt—; solo nos cabe escoger entre las dos clases de dictaduras posibles: el «despotismo socialista» o el «absolutismo católico»; en esta diatriba no queda ningún lugar para el ‘liberalismo’: «De todas las escuelas es la más estéril, porque es la menos docta y la más egoísta». Su filosofía de la historia, por tanto, basada en una lectura sui generis de San Agustín, Bossuet y Vico, arraiga en un pesimismo radical respecto a la posibilidad misma de un orden social basado en alguna forma de libertad personal y adopta un maniqueísmo escatológico, binario, tajante, que gira en torno al concepto de Providencia divina; en su opinión, la historia humana no es otra cosa que la lucha por hacer presente en la sociedad humana y en el mundo el cuerpo místico de Cristo, tal como éste se expresa en los misterios de la Encarnación y de la Redención, en su lucha contra las fuerzas del pecado.
[4] Domínguez Ortiz, Antonio (2005) [1988]. Carlos III y la España de la Ilustración. Alianza Editorial, Madrid.
[7] Claude-Adrien Nonnotte (Besançon, 1711-1793) jesuita francés conocido por sus escritos contra Voltaire. Joseph-Marie, conde de Maistre (Chambéry, 1753 - Turín, 1821), teórico político y filósofo saboyano, máximo representante del pensamiento conservador opuesto a las ideas de la Ilustración y la Revolución Francesa en sus deliciosas Considérations sur la France. — Louis Gabriel, vizconde de Bonald (Millau, 1754-1840). Político, filósofo, escritor y publicista francés, exponente del pensamiento católico tradicionalista en los años posteriores a la Revolución Francesa. Ferviente monárquico, integrista católico, Bonald se convirtió en la voz de los ultra-legitimistas; atacó la Declaración de los Derechos del Hombre, El contrato social de Rousseau y las innovaciones político-sociales de la Revolución, para abogar por la vuelta a la autoridad de la monarquía y de la religión.




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