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A propósito del Síndrome de Nietzsche.




A propósito del Síndrome de Nietzsche.

—Martin Simonson es un profesor, novelista y traductor de origen sueco, especializado en la literatura fantástica. Imparte docencia en la Universidad del País Vasco, en España.

Simonson estudió psicología, antropología social y escritura creativa en la Universidad de Göteborg y Fridhems Folkhögskola (Suecia) antes de trasladarse a España. Se doctoró con una tesis doctoral sobre género literario en El Señor de los Anillos en la Universidad del País Vasco.

—Javier Otaola es Letrado del Gobierno Vasco y escritor.

[Martin Simonson] En El síndrome de Nietzsche, Javier Otaola nos lleva de viaje al “país de los hiperbóreos”, un nombre sin duda muy extravagante para un lugar tan prosaico como Suecia, pero que nos ofrece una pista respecto del carácter de la historia. La extravagancia de Otaola reside en que su viaje literario prescinde de las prosaicas comodidades de primera clase, y en lugar de ello nos invita a subirnos al vagón de una brutal montaña rusa, cuya violenta trayectoria provoca sentimientos de asombro, miedo, mareo y risas por igual. El vehemente vaivén también queda reflejado en el retrato de un individuo que trata de mediar entre dos mundos —el del sur y el del norte, el católico y el protestante, el de los instintos más bajos y el de los ideales más elevados. En la novela, Otaola nos relata la experiencia de Aurelio Torres, empresario, empedernido pecador y fan reciente de Nietzsche, que decide darle un vuelco a su existencia tras la muerte de su madre.

Dicho y hecho: siguiendo las directrices de su amado Nietzsche, Aurelio rompe con todo lo que ha conocido y amado, y se lanza en busca de una experiencia auténticamente hiperbórea. Seguimos los pasos del protagonista a través de una serie de encontronazos con refinados asesinos, admiradoras de Jim Morrison, luchadores de pressing catch y feministas rabiosas en su alocada carrera por recuperar un viejo amor.

[1.] En la novela se perciben dos niveles de lectura básicos: por un lado, se le podría calificar de novela negra, de lectura fluida y fácil, violenta y con tintes claramente transgresores, pero también cabe una lectura más social en la que el ejemplo del protagonista podría servir para condenar una manera extrema de entender el mundo. En definitiva, no se trata de una alegoría evidente en la que x significa y, etc., sino un relato lleno de matices.

¿Por qué elegiste un personaje como Aurelio Torres como narrador y protagonista de esta historia? ¿De qué manera condiciona nuestra la lectura el particular modo del Aurelio de expresar su transgresora lucha por romper las constricciones sociales, morales y sexuales?

En efecto la novela se puede leer de una manera lúdica y estrictamente literaria como una especie de road movie, de esas historias en las que un personaje sale a la carretera, al viaje, sin un destino muy claro y a lo largo de ese viaje se ve implicado con otras personas y con circunstancias que le involucran y, sin ser muy consciente de ello termina su viaje siendo una persona distinta. El Quijote, la primera novela moderna es, en última instancia, también una road movie. A esa primordial lectura se pueden añadir luego, como un extra para amantes de Nietzsche, una serie de pistas simbólicas y referencias que pueden ser entendidas como un elogio y una refutación del pensamiento de Nietzsche.

No fui yo el que elegí a Aurelio para contar su historia, sino que podría decir que fue él quien me eligió a mí.

Aurelio se me presentó como una estratagema creativa que me permitiría burlarme del Demon du Midi, el Demonio de la mitad de la vida. Aurelio se me ofreció para fantasear en la ficción, lo que jamás se me habría ocurrido hacer en la realidad.

Le Demon du Midi viene a ser ese demonio que tienta a los hombres en torno a la cuarentena, en ese momento en el que vemos que la vida pasa inexorablemente y que los gozos y pasiones de la juventud parecen condenados a olvidarse, y algunos se siente impulsados a romper con su trayectoria pasada, y su vida realizada, para probar otra vida, supuestamente más genuina, con otra mujer, muchas veces más joven, en un intento desesperado, y normalmente patético, de probar otros brazos, donde creemos que se esconde otra vida y otra felicidad más intensa que la que hemos ya olvidado. Es un demonio astuto que nos espera emboscado en ese momento de la vida en la que de repente pensamos: ¿Esto es todo?

Hoy, la mitad de la vida ya no son los cuarenta años sino más bien los cincuenta y esa búsqueda del elixir de la juventud no se limita a los hombres, sino que también tienta a las mujeres. Ese Demonio nos seduce con promesas improbables de pasión sexual y busca desarmar nuestras defensas de razón y conciencia con el recuerdo de las embriagadoras emociones del primer amor, y de los sueños románticos de la juventud. Así le sucede a Aurelio Torres cuando sueña con volver a encontrarse con Britt.

Ese Demonio no es a la postre sino nuestra propia conciencia del tiempo que pasa, y del tiempo que nos queda, y nos recuerda que hemos consumido ya la mejor parte de nuestra vida, que nos quedan sueños que cumplir y nos susurra: “ya no eres joven, pronto tus fuerzas comenzarán a flaquear y tu cuerpo se desgasta; te has consumido en mil y un compromisos y te has olvidado de ti mismo…”.

Caer en esa tentación dulce y poderosa es fácil pero lo cierto es que suele tener consecuencias catastróficas, por eso se me ocurrió acudir a la literatura: llevar a la ficción lo que le sucedería a alguien que —tentado como yo— se dejara llevar sin ningún tipo de freno moral o social por sus deseos elementales, pero para no dejarlo simplemente en la historia de los sueños sexuales de un cincuentón quise darle a la aventura un toque de romanticismo amparándome para ello en un motivo, tan noble como el reencuentro con un amor de juventud, y dotarlo además de ambición filosófica, de modo que el personaje correría la aventura bajo el patronazgo del filósofo de la postmodernidad, Friedrich Nietzsche, el hombre que anunció la Muerte de Dios, y con Él la desaparición de todo valor-en-sí, de modo que solo nos queda la voluntad de los fuertes como fuente de todo valor, y la voluntad de los débiles como charca de toda perversión.

Nietzsche sopla las velas del sueño hiperbóreo de Aurelio Torres con un discurso más brillante que constructivo, y con las profecías de Zarathustra, el San Juan Bautista del Superhombre, que nos conmina a dejar al hombre atrás con una fuerza poética nunca vista en el lenguaje de los filósofos.

Aurelio Torres es víctima, —como Quijano— del tedium vitae y , y como el ilustre manchego, para salvarse de la insignificancia se impersona en un héroe fantástico, que en su caso no será un “caballero” sino el Übermensch que sólo se siente obligado por su propio Código y sólo se somete por amor a su propia Dulcinea, en su caso la hermosa Britt.

El Síndrome de Nietzsche es una novela en primera persona, construida en torno al personaje, Aurelio Torres, castizo y bravucón, apasionado pero también infeliz, bárbaro y sincero, y la complicidad, mayor o menor, con ese personaje afectará a la manera de leer la novela.

Hay tantas novelas como lectores, cada uno conforma el texto a su imagen y semejanza y lo altera según sus propias experiencias vitales, su vocabulario, su entendimiento de la vida, su capacidad de empatizar con los otros. A algunos lectores quizá el lado chusco de Aurelio les distraiga de las consideraciones trágicas de su viaje, pero queden cautivados por el aspecto cómico que tienen sus peripecias y por su estilo sentencioso de afrontar sus problemas; quizá otros vayan más allá y vean la vida desesperada de Aurelio desde sus primeros pensamientos. Aurelio es quizá un delincuente, pero la mayor parte de los lectores, incluso de lectoras, que me lo han comentado, me han confesado que el personaje les inspira cierta simpatía, con su desaforada lujuria y sus trapacerías, lo cual demuestra lo que siempre he sospechado que en todos nosotros hay un lado salvaje y antisocial que estamos condenados a torear en una tauromaquia sin fin entre el Maestro de luces y el oscuro y bravo Minotauro que nos habita.

Aurelio Torres con su inmoralismo, que quiere justificar como cinismo filosófico, a la postre viene a redimirse por el amor a Britt, que le dota de un fondo de nobleza, y aunque el Destino le humille cruelmente, porque ama de verdad no le condenará del todo.


[2]. Nietzsche es uno de los filósofos más populares entre los jóvenes. Junto con su lenguaje directo y en apariencia descomplicado, la contundencia con la que expresa, su mensaje del poder transformador, que se desata, en los que se atreven a abrirse al mundo de los instintos y de la acción, para trascender un modelo social considerado caduco y putrefacto, juega sin duda en papel importante en esta atracción juvenil. También es el peligro de Nietzsche, porque esta particular brillantez de su discurso ciega a muchos lectores, que se quedan solo con la superficie vehemente y orgiástica en lugar de penetrar hasta las dimensiones más profundas de su mensaje filosófico. ¿Qué dirías a una persona joven si te preguntase por qué debería leer a Nietzsche? ¿Qué cosas provechosas puede ofrecer este filósofo del siglo XIX a una nueva generación de lectores del siglo XXI?

— Le diría que la lectura de Nietzsche tiene su momento y su medida, que Nietzsche, es una región por la que hay que pasar para aprender a sacudirnos muchas sumisiones y para entender la atmósfera intelectual del mundo en que vivimos pero que no puede ser nuestro destino final, no podemos acampar en la helada y solitaria Montaña del viejo Zarathustra.

Les diría que Nietzsche es una lectura que bien entendida puede ser estimulante y liberadora: nos muestra el camino del coraje y la sinceridad, puede ayudar a sacudirnos tutelas y a no instalarnos en el resentimiento contra la vida—trágica y fascinante al tiempo— sino a asumir la vida con alegría a pesar de todos sus pesares. Y hasta ahí.

— Me gusta el carácter tónico del discurso de Nietzsche, y veo nobleza en su bárbara sinceridad, pero su mensaje de grandeza tiene algo de unilateral y simplificador, como él mismo decía de si, era un buen destructor y manejaba bien el Martillo demoliendo lo falso, lo hipócrita, lo desvitalizador, pero luego vemos que es incapaz de empatizar, de construir, de amparar, de compadecerse, de vincular. Y vivir es habitar el Mundo y habitar es construir. Nietzsche no nos ayuda a levantar una casa, que sea nuestro hogar, deja de lado el valor de los afectos más básicos, de la compasión, desprecia la idea de fraternidad humana que está en la base misma del pensamiento democrático, (por eso su filosofía pudo ser fácilmente manipulada por el nacional-socialismo,) y nos propone un horizonte vital de intemperie, soledad y hielo. Hay en el fondo de su rabia filosófica, un componente de despecho por haber perdido a su padre de niño, por sus pocos amigos, por sentirse incomprendido por la mayoría, por no haber sido correspondido en el amor, — su gran amor, Lou Salomé [foto] le rechazó sin apelación—; hay en su grandilocuencia un exceso compensatorio de su propia debilidad. Pudo decir todo lo que se le pasaba por la cabeza porque en realidad no tenía nada que perder, no estaba vinculado a nada ni a nadie, no pudo construir nada y encontró en la palabra la manera de reivindicarse a sí mismo; fue un hombre enfermizo y doliente, pobre y solitario y en los últimos meses de su vida escribió su revelador Ecce homo, en un hotelito de Turín, en el que se presenta a sí mismo, curiosamente con las palabras con las que Pilatos mostró al Cristo flagelado, y coronado de espinas, ante la chusma, antes de ser crucificado. Poco después, el 3 de enero de 1889 Nietzsche sufre un colapso, en esa hermosa ciudad italiana, en la que pensaba que podía ser feliz. La tradición dice que Nietzsche caminaba por la Piazza Carlo Alberto, asistía a una escena callejera en la que un cochero azotaba brutalmente a su caballo, lo que despertó la compasión de Nietzsche y lanzó sus brazos rodeando el cuello del caballo para protegerlo, desvaneciéndose y cayendo luego, inerte, contra el suelo.



 En los días siguientes, escribió breves cartas para algunos amigos, incluidos Cósima Wagner y Jacob Burckhardt, y se dedicó a escribir misivas cada vez más enloquecidas al Káiser, a la Reina de Inglaterra y al Papa, en las que firmaba, a veces como El crucificado, y en otras como el Superhombre.  No se sabe el origen de su enfermedad, quizá una sífilis terciaria, quizá un tumor cerebral. Al final tuvo que ir a recogerle su amigo el teólogo luterano Overbeck, y vivió en una especie de letargo demente durante 11 años hasta su muerte, siempre bajo el control de su madre y luego de su hermana Elizabeth que de alguna manera se aprovechó de la situación para manipular el pensamiento contradictorio e inclasificable de su hermano  y convertirlo, en provecho propio, en una especie de profeta del nacional-socialismo. 

Nietzsche quedó huérfano de padre con 8 años, ganó una Cátedra de Griego en Basilea siendo muy joven y escribió un libro que tuvo cierto reconocimiento, aunque pareció atrevido a los filólogos universitarios, El origen de la Tragedia; mantuvo una primera amistad con Wagner, y con Cósima inspiró a Freud, viajó por el sur de Francia, y por Italia, se enamoró de Lou Salomé, pero esta nunca le tomó en serio y le rechazó en tres ocasiones.

Nietzsche es un personaje que me inspira ternura y fascinación pero mi acercamiento filosófico a su obra es tributario del trabajo de mi amigo y maestro Andrés Ortiz-Osés . Es magnífica la reflexión que hace Andrés sobre Nietzsche en su artículo La Ilustración romántica.

En el mismo sentido le recomendaría al joven lector de Nietzsche que leyera a Juan Manuel Medrano Ezquerro con una aproximación específicamente cristiana al autor del Anti-Cristo, según la lectura de filósofos como Welte, Vattimo y González de Cardedal.

Como dejó escrito el amigo de Nietzsche, el teólogo luterano F. Overbeck: Nietzsche no dejó de luchar hasta su muerte por una justificación del fin y del sentido de la existencia.

No sé si lo consiguió.

[3]. Eres una figura muy conocida en el mundo de la masonería española, y has teorizado ampliamente sobre las múltiples implicaciones sociales, filosóficas, estéticas y simbólicas del método masónico en varios ensayos. El protagonista de tu novela se desvincula ostensiblemente no solo de su familia, sino que también de la fraternidad de su logia masónica madrileña. ¿Qué aporta el trasfondo masónico, y el símbolo del viaje específicamente masónico, al tejido argumental de la novela?

—La masonería —en minúscula— es, tal y como yo la he experimentado, una vía peculiar de sociabilidad filosófica que practica una metodología original, inspirada en la metáfora de la construcción y destinada a provocar una reflexión existencial en aquellos que la practican. El método masónico nos invita a participar en una peculiar ritualidad en la que teatralizamos de una manera dramática y simbólica situaciones vitales que nos colocan ante la necesidad de hacernos preguntas radicales, nos vemos obligados a reflexionar-nos y a apalabrarnos con los otros, todo ello en un ambiente de conversación fraternal, que no implica necesariamente amistad, pero sí, siempre, respeto. Claro que también la masonería puede perder su sal y devaluarse en una especie de club social donde acudimos simplemente a pavonearnos o a entretenernos sin llegar en ningún momento a una genuina reflexión.

Aurelio Torres se burla de su logia, como se burla de tantas cosas valiosas porque no ha hecho el mínimo esfuerzo por entenderse a sí mismo y descubrir sus debilidades, porque desprecia la tarea de construir y construirse, porque tiene una indigestión de Voluntad de poder y de Superhombre, pero al final chocará con sus límites y su viaje en busca de Britt terminará siendo iniciático porque se topará consigo mismo y su soledad.


Las dos grandes metáforas que usa la masonería son la de la construcción y la del viaje. En el caso de Aurelio nos encontramos ante un viaje precipitado y turbulento, irreflexivo y canalla pero que le acercará a la fragilidad de su ser. Iniciar es suscitar un cambio que nos acerque a nuestro ser.

Ese viaje de Aurelio Torres desde la Europa Meridional hasta la Europa Boreal, va a transformar a nuestro hombre.

La masonería no es una doctrina sino una tarea que lleva implícita la idea de que el ser humano es un ser incoado, pero no completado, que estamos en camino hacia aquello que cada uno de nosotros percibe como su mejor posibilidad, —que no tiene que ver necesariamente con lo que pueda ser considerado lograr “éxito” social—, podemos tener éxito social y sin embargo sentirnos fracasados en nuestro fuero interno.

De una manera o de otra estamos en movimiento, cambiamos, nos transformamos, y esa transformación nos puede hacer mejores conocedores de nuestras luces y sombras, más libres y también mas responsables en la medida en que nuestra actitud sea lúcida y reflexiva, pero si nos abandonamos a “lo” que “se” dice o “se” piensa y nos dejamos llevar por las circunstancias, perderemos nuestro sabor original y seremos como una sal desalada.

En el caso de Aurelio todo acaece de una manera imprevista e inconsciente, movido por sus pasiones egoicas, por su arrogancia incapaz de toda empatía, solo le salva, in extremis, su sincero amor por Britt que impide que su ser termine completamente encanallado. El amor es la fuerza más iniciática de todas.


[4]. El Norte, más que un punto cardinal, geográfico, representa una coordenada ideológica tanto para Nietzsche como para el protagonista de tu novela, y es natural que Aurelio Torres decida dirigirse al Norte de Europa para realizar sus ideales hiperbóreos. Al mismo tiempo, Aurelio parte de un entorno explícitamente católico y se integra en un mundo protestante, ajeno a su experiencia y su educación, que él intenta penetrar literal y simbólicamente. Hasta cierto punto, esta premisa estructural y simbólica ofrece una versión inversa de la literatura gótica británica del siglo XVIII, que se fundamentaba en retratar un mundo católico sórdido e hipócrita, lleno de transgresiones y anclado en un pasado plagado de supersticiones, que resultaba ajeno y fascinante para el público lector británico. ¿Qué relación guarda el protestantismo con la fascinación que siente Aurelio por una experiencia hiperbórea? Y, más allá del elemento religioso, ¿qué representa Suecia, el país al que se dirige el protagonista en busca de su amor de juventud, para Aurelio Torres? ¿Qué representa para Javier Otaola?

El protestantismo probablemente es una fascinación mía más que de Aurelio Torres; hay algo heroico en la figura de Martin Lutero, compareciendo, en la Dieta de Worms ante todos los poderes de la Tierra, el Emperador Carlos, los Príncipes de Alemania, el Nuncio del Papa, Girolamo Aleandro, los Obispos alemanes, representantes de la Orden de los Agustinos, y teólogos dominicos, conminándole a que desoyera la voz de su conciencia y se sometiera ante el Poder sagrado y profano que le podía aniquilar si no se sometía, sin embargo, Martin Lutero, aún a riesgo de su propia vida, no se retracta, se encomienda a Dios y reclama que se convoque un Concilio de toda la Iglesia para dilucidar las cuestiones que plantea y se atiene al juicio de su conciencia a la vista de que todos los teólogos allí presentes no podían darle argumentos que demostraran su error.

Esos días del 16 y 18 de abril de 1521 en Worms me parecen uno de los momentos estelares de la Historia, y creo que en cierto modo Martin Lutero con ese gesto de coraje moral inaugura el surgimiento de la conciencia individual, típica de la Modernidad, que luego consagrarían Descartes y Kant.

Aurelio Torres despotrica del cristianismo que asimila con Nietzsche con los débiles y no puede aceptar la devoción evangélica del protestantismo, pero de alguna manera sí reclama esa libertad personal y esa heroica reivindicación de la propia conciencia que representa Lutero. Paradógicamente, sin embargo, Aurelio siente más admiración por la Roma Católica del Papa León X, pagana y fastuosa, que por la fe íntima y la austeridad luterana.





—Suecia para Aurelio y para todos los españoles de mi generación es el reino de la hermosa Sigrid la dama del Capitán Trueno, rubia de belleza nórdica, Reina de la Isla de Thule inspiración de todas las hazañas de su amado; para Aurelio además, contaminado por el mito de los Hiperbóreos, construido por Nietzsche, Suecia es el símbolo del Norte, de ese país de los hiperbóreos del que habla Zarathustra, el hogar natural de los hombres y mujeres que han superado las limitaciones de “lo humano”: las cobardías, las renuncias, las debilidades, las insinceridades y el gusto “por el rebaño” de los seres, demasiado humanos. El Norte, inhóspito y helado es la patria de los que han superado la etapa “humana” y han llegado al Superhombre, aquél que se sostiene a sí mismo sobre el sinsentido de la existencia sólo sostenido por la fuerza de su voluntad. Ahí es nada.

—Para mí, Suecia es algo mucho más razonable y atractivo que la patria hiperbórea de Aurelio Torres. Suecia es una Monarquía constitucional modélica, un país vinculado al proyecto de la Unión Europea, el paraíso de la Socialdemocracia, la patria del teólogo y místico Emanuel Swedenborg, del científico y filántropo Alfred Nobel, del dramaturgo Johan August Strindberg, del director de cine Igman Bergman, de las actrices y actores como Ingrid Bergman , Ingrid Thulin, Max Von Sydow, Bibi Anderson, del estadista asesinado Olof Palme, de la arzobispo Antjé Jakélen, de los escritores contemporáneos que han renovado la novela policíaca: Henning Mankell, Stieg Larsson, Camilla Läckberg y Åsa Larsson…, es el país que después del golpe de Estado de Pinochet acogió a miles de chilenos que son hoy [41.000] respetados ciudadanos suecos…,

[5]. La novela ofrece una miríada de personajes afectivamente vinculados a Aurelio de maneras muy diversas. Se describen relaciones conyugales, filiales y fraternales, con sus matices y componentes heterosexuales y homosexuales, posesivos, sádicos y masoquistas. Aurelio se revuelca en sus instintos más bajos y sórdidos, recreándose en la realización de transgresoras fantasías sexuales. Sin embargo, el protagonista también parece anhelar algo que va mas allá de lo carnavalesco, y que podríamos describir como el amor romántico, lo cual ofrece un contrapunto a la historia (a fin de cuentas, hay pocas cosas más inocentes y nostálgicas que el recuerdo de un primer amor, y el principal motivo del viaje del protagonista no es otro que el de recuperar esa relación del pasado).

Desde tu experiencia, ¿es posible o deseable buscar un equilibrio entre lo orgiástico y lo romántico en una relación de pareja, o todas las relaciones tienden inevitablemente hacia uno u otro extremo? ¿Qué cosas positivas aporta cada una de estas” actitudes afectivas” al desarrollo de nuestra identidad?

—Lo ideal a mi juicio es equilibrar en nuestras relaciones de pareja las tres fuerzas que nos constituyen: (Ello), el impulso orgiástico, es decir la atracción sexual y el abrazo íntimo de los cuerpos; (Superyo) la admiración por el otro que nos fascina y nos estimula para sacar lo mejor de nosotros mismos, y nos ofrece una narrativa sugestiva para interpretar nuestra vida en común y (Yo) luego el apego que nace del cuidado mutuo y de la prole, en definitiva, la construcción del hogar como nido de afectos y refugio. Las relaciones, —como nosotros— se mueven, cambian, evolucionan con el tiempo, tienen edad, de modo que nunca son fijas e inamovibles, sufren vaivenes, además vamos resignificando su valor y a veces su sentido o sinsentido, de modo que lo que en un momento nos pareció importante luego resulta que nos parece de menor significado o al revés, lo que pasamos por alto se convierte con el tiempo en la clave de nuestra felicidad. El arte de la vida como el de la navegación a vela consiste en saber manejar el velamen y sujetar fuerte el timón.

—Nuestros antepasados paganos definieron muy poéticamente las diferentes actitudes afectivas que nos habitan, y a cada una de ellas la representaron por un “dios” o una “diosa” como personificación de esos sentimientos que a veces nos poseen. Cuando el pagano contemplaba la fuerza del rayo y el rugido del trueno que hacía temblar la tierra desde el Cielo se sentía sobrecogido por una emoción de pequeñez ante la grandeza de lo que sentía y a ese sentimiento lo nombraba Zeus o Júpiter; cuando se sobrecogía ante la majestad del mar y su fuerza, a ese sentimiento lo identificaba como Poseidón o Neptuno, cuando la belleza y el deseo despertado por una mujer le sobrecogía, a ese sentimiento lo llamaba Afrodita o Venus, cuando en el fragor de la batalla, la ira frente al enemigo y el deseo ardiente de la lucha le sobrecogía, a ese sentimiento le llamaba Ares o Marte…, y así sucesivamente con cada uno de los dioses que funcionaban como iconos personificados del alma humana y de sus sobrecogimientos múltiples. Esas variedades afectivas como tú las denominas son por supuesto valiosas, de hecho, son ambas divinas en sentido pagano o mítico, pero su valor es como siempre ambiguo y puede convertirse en disvalor si llega a dominarnos en exclusiva.

Dionisos es precisamente el dios de la orgía, de la desmesura, del aturdimiento de la conciencia, de la embriaguez y el abandono a los deseos del cuerpo, frente a Apolo que es el dios de la belleza ordenada, de la medida y el equilibrio, la serenidad y el control. No es causalidad que Nietzsche se fijara en estas dos poderosas y contradictorias divinidades que laten en el corazón del ser humano, tensionado entre la oscura pulsión “dionisíaca” del goce orgiástico y por otro lado la luminosa sabiduría del dios Apolo, que anhela el señorío de sí mismo. Ambos dioses siempre en reñido pulso.



[6]. Las palabras” Frid Vare Eder”, que en español viene a decir algo así como” La paz esté con vosotros”, están escritas sobre la iglesia de Santa Clara en Estocolmo, y recorren la novela como una especie de leitmotiv. En una ocasión, Aurelio Torres se pregunta explícitamente, en alusión a dichas palabras,” qué coño significa eso”, y uno intuye que el principal obstáculo para su entendimiento no son las barreras lingüísticas. Hasta cierto punto, Aurelio representa la antítesis de la paz, y sin embargo parece aspirar a entenderla. ¿De qué modo refleja esa postura las dudas existenciales propias del siglo XXI? ¿Somos todavía herederos del profundo desarraigo espiritual que afectó de manera tan clara y contundente a la sociedad occidental en el siglo XX o ha pasado a tener otro significado? ¿Entiendes la ausencia de certezas espirituales como una motivación y una oportunidad, o una fuente de preocupación? ¿Cuál es tu propia idea de la” paz”? 

—Has dado con una de las claves de la novela. En efecto esa frase de “Frid Vare Eder” —La paz sea con vosotros— es el leitmotiv de la historia. En última instancia hay una reivindicación tácita, oculta, del mensaje de paz del Crucificado frente al sueño hiperbóreo de Zarathustra. Aurelio es un personaje sin paz, agitado, insatisfecho, ansioso que huye de sí mismo y de la vida que hasta ese momento ha vivido. La muerte de una madre egoísta y castradora le tenía de alguna manera sojuzgado, y al morir esta, repentinamente, se siente libre, no hay ya ninguna persona cuyo juicio le importe: ni su mujer, ni sus hermanos de la logia, ni su hijo…, su Madre dominadora era la única que tenía poder para avergonzarle, su único juez, pero su juicio ya no le intimida, es libre y esa libertad provoca un cataclismo interior en el personaje porque sin esa referencia externa no tiene suelo sobre el apoyarse, y solo le queda el recuerdo idealizado de un amor que no fue, y que sueña con que le está esperando en la Iglesia de Santa Clara, en Estocolmo, donde su amada Britt Anderson ejerce como ministro de la Iglesia de Suecia.

—El ser humano es un ser histórico, somos una especie acumulativa, que almacena, de generación en generación, en eso que llamamos “Cultura” y ahora también “Ciencia”, experiencias y saberes que nos legan las generaciones precedentes; conocemos gracias a la Historia del Pensamiento las preguntas que se han hecho las generaciones que nos han precedido y las respuestas que se han dado, y esa “Cultura”, esa “Ciencia”, esa “Historia” nos permiten plantear y replantear nuevas preguntas cada vez más osadas y alcanzar respuestas cada vez más certeras pero siempre provisionales. Un tigre siempre es el primer tigre ya que todo su ser está ya hecho, es “perfecto”, concluso y viene delimitado por su aparato instintivo y apenas cambiará por la experiencia que pueda adquirir en su corta vida, experiencia que no podrá transmitir a sus hijos tigres. El ser humano en cambio es imperfecto, inconcluso, abierto, pero lleva sobre sí en el Lenguaje y en la Cultura la memoria de todo lo aprendido por las generaciones que nos han precedido, por eso en la Historia humana las cosas no simplemente suceden, sino que se suceden, es decir vienen relacionadas y encadenadas en una serie de acontecimientos que se condicionan sucesivamente y cuya experiencia acumulamos. No creo que estemos condenados a un desarraigo espiritual, pero desde luego no podemos arraigarnos ya con la ingenuidad de nuestros padres. No podemos prescindir de lo que hemos ya sabemos como Humanidad.

No podemos pasar por alto lo que ya sabemos y conocemos, podemos reivindicar un arraigo espiritual a nuestra medida como hombres y mujeres del tiempo en que vivimos. Paul Ricœur habló de los tres Maestros de la sospecha que nos han hecho revisar nuestras antiguas seguridades, Maestros que aparentemente se excluyen entre sí, pero que en realidad se complementan: Marx, Nietzsche y Freud.

No es casualidad que mi novela se titule El síndrome de Nietzsche, la peripecia vital de Aurelio Torres es en cierto modo un elogio, pero también una refutación del sueño del Superhombre.

En efecto el pensamiento de estos tres pensadores de la sospecha nos ha dado un baño de humildad que se suma al que ya nos dieron en el pasado Copérnico y Galileo cuando nos señalaron que nuestro hogar, la Tierra, no es el centro del Universo, sino que es un planeta más que gira alrededor del Sol. Darwin nos mostró que nuestra especie, sí, es extraordinaria y singular, pero esa singularidad es fruto de un larguísimo y dolorosísimo proceso de evolución desde un origen que nos emparenta con los grandes simios y nos une a todos los seres vivos. Los tres Maestros de la sospecha dan un paso más allá y nos hacen sospechar de nuestra propia conciencia, de nuestros pensamientos y anhelos más íntimos cuando nos señalan que esa conciencia, que damos por cierta y evidente, está condicionada por instancias inconscientes que nos habitan, a saber: la conformación de nuestra libido infantil y nuestra educación familiar (Freud), los intereses materiales de los sistemas de producción de la sociedad en que vivimos (Marx), los resentimientos que alimentamos contra la vida y nuestra debilidad para asumirla como realmente es y no como nos gustaría que fuera. (Nietzsche).

Los tres maestros de la sospecha: Marx, Nietzsche y Freud, aunque desde diferentes presupuestos, consideraron que la conciencia, que individual y colectivamente nos hacemos de nosotros mismos y de la sociedad, puede ser una conciencia falsa si no se contrasta con determinados condicionantes económicos, psicológicos y existenciales. Así, según Marx, la conciencia se falsea o se enmascara por intereses económicos derivados de las estructuras de producción, de bienes materiales, en las que vivimos instalados, según Freud, por la represión del inconsciente, y según Nietzsche por nuestros resentimientos y debilidades que nos hacen crear estrategias de huida de la vida tal y como esta es.

Esa sospecha sobre los motivos ocultos que puede alimentar nuestra conciencia individual y colectiva no nos obliga a prescindir de toda conciencia ni al desarraigo espiritual, ni a la desesperación del sinsentido, pero desde luego sí nos obliga a un arraigo depurado de fáciles mecanismos de autoengaño y a una conciencia social más lúcida y crítica consigo misma. Sospechar no nos impide pensar ni arraigarnos espiritualmente, al contrario, nos hace arraigarnos más lúcida y cabalmente.

Ya que esta es una entrevista a fondo, y por decirlo todo puedo añadir que personalmente, como curiosidad, y sin proponerme como ejemplo de nada ni de nadie, me reivindico cristiano en el seno de la Comunión anglicana, en la línea del magnífico sociólogo Peter Berger y su lúcida reflexión en The Heretical Imperative: Contemporary Possibilities of Religious Affirmation.

Peter Berger que es un sociólogo de la contemporaneidad y, como el propio Paul Ricoeur, un pensador a la altura de esos maestros de la sospecha y sin embargo como él mismo dice “unambiguously (and, I daresay, irrevocably) Christian.” Y como él, yo también pienso que la teología del protestantismo liberal es el paradigma para el estudio de las posibilidades contemporáneas de la afirmación religiosa. En esa misma línea me influyó mucho la obra del teólogo alemán Paul Tillich y su libro El coraje de existir. (The courage to be).

[7]. Por último, quisiera preguntar por las reacciones que ha suscitado este relato tan transgresor entre tus amigos y parientes que lo hayan leído, y entre los lectores generales. ¿Los que te conocen te miran con ojos diferentes después de leer la novela? ¿Hay lectores que se han escandalizado? ¿Qué hay de Javier Otaola en Aurelio Torres? ¿Crees que es inevitable (o incluso deseable) que una novela refleje, aunque sea solo hasta un punto la personalidad del autor?



—Las reacciones que he percibido en relación con mi novela han sido muy variadas, algunos se han escandalizado, pero en general mis mejores lectores y lectoras han entendido las claves de la novela, cada uno con su propia perspectiva, y coinciden con tus palabras en sus reacciones asombro, miedo, mareo y risas. Singularizo lectores y lectoras en este caso no por corrección política sino por el sesgo diferencial que tiene en este caso una lectura para hombres y mujeres, ya que el protagonista Aurelio Torres es un reservorio de hormonas masculinas e incurre en todas las vulgaridades, de pensamiento, palabra, obra y omisión, que esas hormonas nos llevan a cometer a los hombres, razón por la cual la lectura de un varón y de una mujer pueden tener diferentes reacciones ante el personaje.

Algunos lectores no pueden evitar identificarme con Aurelio Torres; desde luego es cierto que en ese personaje hay algo de mi, al menos de mis imaginaciones y fantasías, pero como yo les suelo decir: tú también, “hipócrita lector” tienes algo de Aurelio Torres, si no fuera así no reirías sus chistes, no entenderías sus torpes deseos, ni sus actos y no encontrarían en ti eco sus anhelos. En ese sentido comparto el punto de vista de mi admirado Oscar Wilde, mencionado también en la novela: la lectura de una obra de ficción es una especie de test proyectivo para el lector y dice mucho de él o de ella, tanto como pueda decir del autor o autora.

—Sí, comulgo con la idea de Oscar Wilde “del Arte por el Arte”, pero con la condición de que sea en verdad Arte, porque si es así, si es en efecto Arte, llevará en su interior siempre algo más que Arte: llevará pensamiento sobre el hombre y la mujer, sobre nuestro Destino, nuestras virtudes y vicios, nuestros horizontes y nuestros límites. Cuando el Arte quiere ser además otra cosa que Arte: instrucción, propaganda, adoctrinamiento, didáctica…, suele ser mal Arte. Cuando el Arte es buen Arte, sin proponérselo es Sabiduría.

Gracias, Martin, por tus pertinentes preguntas, y por la paciencia de escucharme.

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