Oraciones heterodoxas (Javier Otaola)
Dios Compasivo y Eterno, Padre Celestial, Señor del Tiempo y del Espacio, que conoces nuestras contradicciones y miserias y puedes vernos en la desnudez de nuestro ser y en la intimidad de nuestra conciencia, fiados en tu Misericordia te encomendamos el alma de Sigmund Freud, hijo del pueblo de Abraham, que se atrevió a adentrarse en las profundidades del alma humana y a reconocer, con coraje, las pulsiones de vida y de muerte que anidan en nuestro corazón y la libido que palpita en nuestra carne; de eso modo nos enseñó a respetar y educar la fuerza de nuestros deseos sexuales que nos habitan desde que somos arrojados al Mundo con nuestro primer llanto, hasta que lo abandonamos con nuestro último aliento, y todo lo hizo en tiempos difíciles, de persecución y zozobra, asumiendo odios y rechazos, superando incomprensiones de hombres y mujeres que se consideraban a sí mismos —imprudentemente— más puros, sabios y piadosos, y sufriendo todo con paciencia no desistió en su empeño por descubrir las profundidades inconscientes de nuestro psiquismo con el fin de entender mejor la condición humana, liberarnos de la culpa enfermiza asociada a la sexualidad y curar la angustia y el dolor de la enfermedad mental, y de ese modo nos abrió una vía de autoconocimiento destinada a hacernos más libres, independientes y conscientes.
No tengas en cuenta sus faltas y pecados, sus vanidades y errores, inseparables de la condición humana, recuerda que trabajó esforzadamente, que supo estudiar y aprender, que nos enseñó a sacar fuerza de nuestras vulnerabilidades, que levantó una familia, que tuvo amigos, que alivió muchos dolores, dio esperanza a muchos y sufrió con entereza una larga y dolorosa enfermedad, por todo ello y por la Gracia de nuestro Señor Jesucristo dígnate acogerle en tu seno, Señor, y muéstrale la Luz de tu rostro.
Amen +
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